miércoles, 9 de septiembre de 2009

GUSTAVO JIMÉNEZ JIMÉNEZ
Una prometedora juventud truncada por la violencia


Rodrigo Llano Isaza (rdllano@gmail.com), discurso en la Institución Educativa “Gustavo Jiménez” de Sogamoso para conmemorar los 60 años del asesinato del Representante a la Cámara por Boyacá Gustavo Jiménez Jiménez. Septiembre 8 de 2009.

Quiero agradecer a la Institución Educativa “Gustavo Jiménez”, a su Rector, sus directivos y alumnos, a la doctora Clara Gutiérrez, a la familia de Gustavo Jiménez y al Liberalismo de Sogamoso y Boyacá, esta magnífica oportunidad para recordar a un hijo de esta tierra cuyo imaginario se pierde en la noche de los tiempos, pero cuyo ejemplo tenemos que utilizar como portaestandarte para la convivencia política que tanta falta nos hace.
El Partido Liberal, al que con orgullo perteneció Gustavo Jiménez, recuerda con cariño la figura gallarda de este sogamoseño que fue víctima de los tiempos violentos que le correspondió vivir, plenos de intransigencia y, en los cuales, el valor de la vida se había reducido a los niveles de las épocas bárbaras. Cómo lamentamos, como colectividad política, que su vida y su obra de joven impetuoso se esté olvidando en la conciencia del colectivo, huérfano del aprendizaje de la historia, tan vital y necesaria, como que si no sabemos de donde venimos, difícilmente podremos conocer hacia donde vamos, pero que a los gobernantes de nuestra patria les ha parecido por más de veinte años una materia inútil.
No es fácil hablar de este período de la historia sin hacer señalamientos sobre los culpables del baño de sangre que regó de dolor y llanto nuestra geografía, pero los acontecimientos que debió padecer nuestra patria no se pueden ocultar, tienen que ser enseñados a las nuevas generaciones para que aprendan que esas épocas nefandas no pueden regresar y tenemos la obligación de trabajar sin descanso para que algún día la paz reine sobre los espíritus de todos y los colombianos podamos dedicarnos a engrandecer la nación y dejarle a nuestros hijos un futuro promisorio.
A nuestro personaje se le pudiera aplicar aquella frase que José Eustasio Rivera puso en labios de Arturo Cova cuando con Alicia llenaban las páginas de “La Vorágine”: “Antes de apasionarme por mujer alguna, jugué mi corazón al azar y me lo ganó la violencia”, a Gustavo Jiménez también le ganó la violencia, que le cortó la vida a la temprana edad de 30 años cuando ya se perfilaba como el seguro jefe de las huestes Liberales de Boyacá y una de las promesas que tenía su región para alcanzar los más altos destinos nacionales.
Nació Gustavo Jiménez en Sogamoso el 6 de mayo de 1919, hace un poco más de noventa años, cuando en Colombia gobernaba don Marco Fidel Suárez, en el hogar de Gonzalo Jiménez Robayo y Hortensia Jiménez Sánchez, hogar en el que nacieron sus hermanos Hernando, Alicia, Luz Ángela, Berta y Marina; su padre, veterano Liberal de la guerra de los mil días, tenía un taller de sastrería y un almacén de telas; estudió en el colegio La Presentación su primaria, en el Sugamuxi bajo la dirección del reconocido educador Santiago F. Losada y se graduó de bachiller en el colegio Boyacá el 13 de febrero de 1939; en el colegio había mostrado un espíritu belicoso que, en uno de sus enfrentamientos, le dejó una cicatriz en la cara que habría de señalarlo de por vida y en otro, en medio de la campaña para el Concejo, fue objeto de un disparo, efectuado por un contradictor, con arma de fuego que, para su fortuna, no llegó al blanco; su vida universitaria la desarrolló en la Universidad Nacional donde se graduó de Abogado el 16 de julio de 1945 con una tesis sobre la economía nacional.
Como periodista Gustavo Jiménez tuvo dos experiencias destacadísimas. En la Universidad fundó con otros compañeros la revista “Boyacá” donde los noveles periodistas mostraron las bondades de su región de origen, sus problemas, sus posibles soluciones, sus gentes y todo lo que este terruño podía aportar al desarrollo colombiano. Al final de su vida, en 1949, con su amigo Antonio Angarita Vargas fundó el semanario “Opinión”, que sólo alcanzó a publicar ocho números por la muerte de su fundador; el primer número salió a la calle el 10 de julio y el último el 28 de agosto. En “Opinión” quedó plasmada toda su filosofía de vida, su irreductible militancia Liberal y su amor por su Sogamoso del alma; este semanario fue un instrumento de lucha en medio del fragor partidista, donde no se concebía la política sino practicando el sectarismo como único medio de sobrevivencia, los municipios se volvieron homogéneamente Liberales o conservadores porque la intolerancia no permitía la convivencia con gentes que pensaran diferente y practicaban aquello que afirmaba Julio Arboleda, el esclavista payanés, cien años atrás, “No hay más salud para el vencido que una y es no esperar del vencedor ninguna”, ante lo cual César Conto, en nombre del Partido Liberal, le contestó “Pero hay del vencedor tirano y cruel, si el vencido se escapa y da con él”; la lucha en las urnas se hacía sin importar la legalidad y el fraude era la herramienta más socorrida para imponer a un Partido en el Ejecutivo; la prensa sólo circulaba en los municipios afectos a su credo político porque en los que no lo eran corrían el riesgo de ser quemados; asesinaban a Liberales por ser Liberales y a conservadores por ser conservadores; el régimen de Mariano Ospina Pérez, consciente de su calidad de minoría en el país, se propuso conservar el poder a sangre y fuego sin conocer ni colocar límites a la barbarie. Como lo dijo “Adel Célimas” en el diario El Universo de Guayaquil-Ecuador en 1953:
Por toda su extensión, De sur a norte,
Ve Colombia surgir como un deporte
La matanza sin fin de Liberales.
En la juventud le había tocado a Gustavo Jiménez oír y quizás conocer de primera mano los efectos de la violencia que en Santander y el norte de Boyacá, principalmente, habían producido los llamados “curas machos”, sacerdotes católicos que desde los púlpitos clamaban por que no se le entregara el poder a la colectividad que había ganado las elecciones en 1930 y que se apoyaban en los guardas de rentas a quienes el populacho llamaba “chirrincheros” y una de cuyas más crueles expresiones se presentó en la matanza de Gachetá.
Terminada su Universidad, Gustavo Jiménez fue nombrado Juez Promiscuo Municipal de Sogamoso, ocupación que pronto lo desengañó porque comprendió que las leyes estaban al servicio del mandamás de turno y no haciendo honor a la justicia, por lo que presentó su renuncia al cargo después de ejercerlo apenas por treinta días; salió entonces a hacer política y se encontró con el fenómeno gaitanista, se enamoró de su causa y se convirtió en un ferviente partidario del caudillo Liberal; se lanzó al Concejo de Sogamoso, ciudad de apenas 30.000 habitantes a mediados de la década de los cuarentas, al cual salió electo por una amplísima mayoría que aprovechó para fundar el Sindicato de Artes y Oficios Varios.
El Concejal Jiménez sorprendió a todos con su oratoria elocuente y fácil que congregaba a quienes lo escuchaban, la que utilizó para adelantar campañas en pro de la reorganización administrativa y presupuestaria de la ciudad, la construcción del matadero público y de la plaza de mercado y la instalación de la primera planta eléctrica, promovió la fundación de dos liceos para la educación de los jóvenes de los dos sexos y la construcción de un parque con una estatua de Gaitán, como su homenaje póstumo al gran jefe Liberal, lo que le valió ser reelecto en la Duma municipal.
Su actividad política y el gran número de seguidores alcanzado lo llevó a formar parte del Directorio Liberal de Sogamoso, tarea nada fácil en momentos en que el Liberalismo pasaba del poder a la oposición y sin embargo, el pueblo lo consagró como Diputado a la Asamblea de Boyacá para el período 1947-1949, elecciones en que el Partido Liberal perdió las mayorías alcanzadas durante 12 años; Gustavo Jiménez actuaba simultáneamente como Concejal y como Diputado, lo que lo dio a conocer de todos sus paisanos boyacenses que lo eligieron como miembro del Directorio Liberal Departamental, del que es elegido como Presidente, cargo en el que recorre todo el departamento, llevando la doctrina Liberal a todos los rincones, hablando con las gentes, especialmente los pobres y se encuentra con la figura atroz de la violencia partidista, el abuso policial contra la vida, honra y bienes de los Liberales, estimulada por el gobierno y usufructuada por políticos profesionales que hacen de la violencia su mejor negocio.
Todas las víctimas, a la par de su tragedia, ven llegar de inmediato a Gustavo Jiménez para consolarlos, ayudarlos en la medida de sus posibilidades, hablarles del contraste entre la paz Liberal de la segunda república y la paz, pero de los sepulcros, que se vivía en el régimen de Ospina Pérez; organiza a todas las fuerzas sociales, a los intelectuales, los profesionales, los pequeños empresarios y a todos les dicta conferencias, les lleva la palabra Liberal, cual apóstol de una religión hostigada y marginada, lo que le gana la animadversión de la administración que pone a sus agentes a perseguirlo, a acosarlo, a disolver sus manifestaciones y golpear a sus líderes. Su actividad se desarrolla entre Sogamoso, Tunja y Bogotá, consigue fondos para el partido, visita con frecuencia a Gaitán, mueve a todo el que tenga un cargo de elección por Boyacá para motivarlo a trabajar por el departamento.
El nueve de abril al conocer la muerte de Jorge Eliécer Gaitán, sale a la calle, organiza al pueblo, consigue armas en el comercio y pretende que el ejército les facilite más armas, empeño en el que fracasa y se salva de ser detenido. El gobierno recupera el control de la situación y encarga a un oficial del ejército de la gobernación de Boyacá y se levanta el estado de Sitio pero los conservadores imponen un toque de queda obligatorio para los Liberales so pena de perder la vida. La violencia se generaliza, los muertos se multiplican y desde la capital del país, los rivales políticos de Gustavo Jiménez, dentro del mismo Liberalismo, consiguen que la Dirección Nacional Liberal lo frene en sus ímpetus organizativos de la clase trabajadora. Sus enemigos se organizan para desprestigiarlo, lo calumnian, lo acusan de ateo y comunista y Jiménez se enfrenta a todos.
El siete de marzo de 1949 se reunió la Convención Liberal Departamental en Tunja, con una fuerte presencia de la izquierda Liberal que encarnaba Gustavo Jiménez, lo eligieron nuevamente en el Directorio Departamental y lo incluyeron en la lista de candidatos para la Cámara de Representantes en el segundo renglón, no obstante que había alcanzado la mayor votación en la Convención de su Partido. El 4 de junio fueron las elecciones, después de sufrir el Liberalismo las agresiones y los ataques de la fuerza pública que hicieron hasta lo imposible, dejando no pocos muertos en el camino, para que no triunfara el Liberalismo en las urnas. El Mismo Jiménez es atacado por detectives del SIC (Servicio de Inteligencia Colombiano) y agentes de la policía, que intentan asesinarlo en plena vía pública. Como expresara el trovador antioqueño Salvo Ruíz: La sentencia de Pilatos/es voltiarsen o morir/porque rojos en Colombia/no se pueden permitir.
Gustavo Jiménez llega a la Cámara de Representantes en momentos en que hacían carrera el atentado personal y la acción intrépida, no se trataba de legislar para bien de la nación sino de impedir el ejercicio legislativo a los Liberales, eso de “hacer invivible la nación” se había vuelto realidad y la vida, permanentemente, pendía de un hilo, los dirigentes políticos de la colectividad roja corrían peligro a todas las horas y la muerte se paseaba oronda por campos y ciudades. El gobierno anhelaba el mantenimiento de sus privilegios así fuera a sangre y fuego.
La noche nefasta del siete al ocho de septiembre de 1949.
Carlos Lleras Restrepo, en el tomo V de sus obras selectas, página 670, se refiere a esta fecha, bajo el título “Sangre en la Cámara, la muerte de Gustavo Jiménez” y nos cuenta que a su curul en el Senado de la República se acercó su amigo Luis Salgar Martín y le dijo “va a haber vaina en la Cámara”, lo que nos demuestra que todo estaba fríamente preparado para producir una masacre y con ella unos efectos políticos; relata Lleras como se dirigió al recinto de la Cámara y le pidió a Roberto Salazar Ferro y a Jorge Uribe Márquez que evitaran un debate que le pudiera dar pie a los violentos del gobierno para que hicieran una bestialidad, porque:
Por esos días se había hablado de que conservadores exaltados proyectaban hacer estallar algunas bombas en el recinto de la Cámara, y que ellas serían llevadas al Capitolio en el automóvil de la gobernación de Cundinamarca. Dado el antecedente de las bombas que se colocaron en la Catedral primada, en un atentado contra el Presidente López Pumarejo….
El Presidente de la Cámara era el después Presidente de Colombia Julio César Turbay Ayala, quien a la medianoche del 7 de septiembre levantó la sesión y la cito para las 12 de la noche y cinco minutos del día ocho, cuando tomó de nuevo la palabra el representante conservador por Boyacá Carlos Castillo quien insultaba sin compasión al chiquinquireño Salazar Ferro, quien no se defendía por el pedido de Lleras, pues apenas se recuperaba de un infarto, pero al quite salió el arrojado Representante Jiménez quien tomó la palabra para defender al régimen Liberal de Eduardo Santos y a los hermanos Salazar incriminados por Castillo de la violencia en el norte de Boyacá, se dirigió, con su vibrante oratoria al país, a sus colegas Representantes y a su agresivo contradictor de quien puso en duda la legitimidad de sus apellidos, Castillo respondió ofendiéndolo y desafiándolo, logró el apoyo de su coterráneo el Exgeneral Amadeo Rodríguez, quien pasó a la historia con el triste calificativo de “Abaleo Rodríguez” y la balacera comenzó a las 12:20 de la madrugada y sigue Lleras:
Pero los insultos conservadores fueron tales que el Representante Gustavo Jiménez salió a la defensa de su coterráneo. El y uno de los que estaban atacando a Salazar y a su hermano se encontraban armados y junto a éstos se situó, también armado de revolver, el General Amadeo Rodríguez. De los cargos políticos se pasó a desobligantes insultos. Ante las amenazas proferidas por Castillo, Jiménez intentó sacar su revolver, pero su adversario disparó primero y el tiro que recibió Jiménez, al lado del corazón, fue mortal.
En alguna conversación, hace muchos años, con Hernando Agudelo Villa, quien estaba en esa sesión de la Cámara, me contaba una anécdota que hoy es parte de la picaresca política colombiana y es bastante conocida. Antes de enfrentarse a Jiménez, el representante Castillo había interpelado al representante antioqueño Lázaro Restrepo y lo había amenazado, pero el paisa, con ese espíritu guasón que lo caracterizaba y para burlarse del godo agresivo, le dijo “Por cuánto me hace un terremoto, poniendo yo el miedo?”
Gustavo Jiménez presintió su muerte, en la biografía que de él escribió su amigo Alberto Coy Montaña, página 50, viene una frase suya: “Si me asesinan o muero en la lucha por el bienestar del pueblo, yo le pido a mis amigos que me entierren en lo alto, sobre la colina de Santa Bárbara, desde donde pueda vigilar la marcha progresiva de Sogamoso y recrearme mirando el valle de Iraca”.
El cadáver de Gustavo Jiménez estuvo en cámara ardiente en el Capitolio Nacional y luego llevado por vía aérea hasta Sogamoso para su entierro en el cementerio de la ciudad.
En la misma noche trágica en que murió Gustavo Jiménez, cayó herido Jorge Soto del Corral; Fue tan importante Jorge Soto en la política Liberal de 1929 a 1949, que Uds. me perdonarán que haga una breve referencia a él. Nació Soto en Bogotá el 6 de abril de 1904, Abogado de la Universidad Libre y profesor de la misma Universidad a la edad de 22 años en la cátedra de Derecho Constitucional y también profesor y Decano de Derecho en la Universidad Nacional, fue Concejal y Alcalde de Bogotá, Representante a la Cámara, Senador, Ministro en las carteras de Hacienda, Agricultura y Relaciones Exteriores; en la reforma del 36, producto de la “Revolución en Marcha”, Soto fue siempre la “conciencia tributaria” del régimen Liberal; una de las actuaciones que más enaltecen la vida de Jorge Soto del Corral fue su lucha jurídica por amparar el derecho de asilo que en la Embajada de Colombia había solicitado el dirigente peruano y fundador de la Alianza Popular revolucionaria Americana “APRA” don Víctor Raul Haya de la Torre, en la noche del 3 de enero de 1949, cuando huía de la dictadura de Manuel Odría; su elegancia era paradigmática y su apostura de gentleman hacía que sus amigos en son de chanza, lo llamaran “El Indio Soto”, fue hijo de Luis Soto Landínez y Helena del Corral de Soto; se educó en el colegio Araujo donde fue compañero de pupitre de Jorge Eliécer Gaitán; fundador de la Bolsa de Bogotá y redactor de la moderna estructura jurídica de la Universidad Libre; “cometió” versos en su juventud y ya mayor se deleitaba recitándolos; su primer cargo público fue el de Secretario del Ministerio de Gobierno en la Administración Olaya Herrera cuando fungía como Ministro el inolvidable conductor y jefe de la izquierda Liberal, el médico santandereano Gabriel Turbay Abinader, donde se convirtió en el padre de las reformas al Código Civil y las disposiciones sobre el registro civil de las personas; luego fue Ministro de López el grande y de Eduardo Santos en su primer gabinete; dentro del propósito conservador de eliminar a algunos Liberales, con los 38 proyectiles de revolver y diez de pistola que salieron de sus armas, no sólo dieron muerte a Gustavo Jiménez, hirieron también a Jorge Soto, herida que se le agravó, lo dejó como un vegetal y truncó la carrera de una de esas “audacias menores de treinta años” con las que Alfonso López Pumarejo armó el entramado de la segunda república Liberal; Soto murió el 28 de junio de 1955 a consecuencia de las heridas recibidas en la noche trágica del 8 de septiembre de 1949.
El Liberalismo, queriendo ahorrarle al país el baño de sangre al que le tenían sometido los gobernantes de turno planteaba el que se adelantara la fecha para elegir al nuevo Presidente de Colombia con el fin de que el nuevo primer mandatario parara el enfrentamiento entre los dos Partidos y nos ahorráramos miles de muertos, pero el gobierno conservador, temiendo que el Liberalismo impusiera su gran mayoría nacional, quería elegir a como fuera, parado en los miles de ataúdes de los liberales, a su sucesor Laureano Gómez y no tuvieron empacho en disparar el 25 de noviembre contra la manifestación del candidato Liberal Darío Echandía y darle muerte a su hermano Vicente que caminaba junto a él en las cercanías de la cervecería Bavaria sobre la carrera 13 de Bogotá. Dijo Lleras:
Nunca antes había presenciado el recinto del Congreso un acontecimiento tan grave como los del 8 de septiembre. Estos acabaron por convencerme de que el conservatismo estaba resuelto a llegar a todos los extremos para impedir que los Liberales ganáramos la elección presidencial…. Pero para que la persecución diera sus frutos se necesitaba un cierto tiempo y, ante la posibilidad de que se aprobara la ley que adelantaba la fecha de las elecciones, se llevó la violencia al seno del Congreso y se acudió a todos los medios para impedir que ella fuera aprobada. El presidente Ospina Pèrez intervino a favor de la posición conservadora, primero con un mensaje contrario al proyecto cuando se le discutía en las Cámaras y luego objetando la ley por medio de la cual estas le dieron aprobación. Discreto y patriótico hubiera sido que Ospina dejara la decisión sobre inconstitucionalidad al juicio de la Corte Suprema de Justicia; en vez de eso acogió la tesis conservadora y a su conducta puede achacarse con justicia buena parte de la responsabilidad en los sangrientos sucesos.
Hasta el diario El Tiempo en su editorial del 8 de septiembre indicó:
Sería imposible disminuir la extraordinaria gravedad de los sucesos acaecidos anoche en la Cámara de Representantes. Sucesos con los que culmina un angustioso clima de violencia contra el cual venía clamando el país con insistente ansiedad.
Todo estaba servido para imponer la dictadura conservadora que cerró el Congreso el nueve de noviembre de 1949, el cual sólo vino a reabrir sus sesiones 9 años más tarde, el 7 de agosto de 1958 cuando comenzaba a funcionar el régimen del Frente Nacional al que le debemos los colombianos el agradecimiento de haber parado la lucha fratricida entre las dos colectividades históricas; este golpe de Estado y la introducción del espíritu chulavita en la policía nacional que hizo que los agentes del Estado dieran muerte a más de 15.000 personas en los dos primeros años del gobierno de Ospina, representan una de las deudas más amargas que la nación debe cobrarle al cafetero antioqueño. No sé por qué esa Colombia donde el Ejecutivo se la jugaba a favor de sus muy personales intereses, se me está pareciendo a la actual.
El once de septiembre de 1949, quince mil boyacenses, venidos de todo el departamento, caminaron hacia el cementerio para acompañar a su última morada a Gustavo Jiménez y escuchar a los oradores, uno de los cuales, el Dr. Jesús Alfredo Reyes Acuña invitó a los Liberales a seguir transitando la ruta del sacrificio en pos del ideario de victoria, palabras que hoy vuelven a tener vigencia.
En el homenaje póstumo que le ofreció la Dirección Nacional Liberal al cuerpo que en vida llevó el nombre de Gustavo Jiménez Jiménez, el Dr. Jorge Uribe Márquez, expresó:
De tu juventud esperaban mucho todavía la patria y el Partido Liberal, y no es justo, ni es aceptable, que cuando los hombres sobresalen en este país por sus virtudes, por su inteligencia, por la reciedumbre de su carácter, el destino manifiesto de sus vidas sea el ara del sacrificio, porque entonces estaría desquiciada la lógica y roto el ritmo normal de la democracia.
Nos queda pues de Gustavo Jiménez un ejemplo de lucha, de entrega, de sacrificio, de amor por su tierra natal y por el Partido político que lo acogió en su seno, su ejemplo es una herencia preciosa que bien hacen Sogamoso y Boyacá por conservar y difundir entre las juventudes actuales y futuras.
La izquierda Liberal perdió a una de sus más jóvenes y promisorias figuras en esa vorágine loca que envolvió a este país por el prurito de permanecer en el gobierno un partido político que todos los días desafiaba la democracia, la concordia y la civilidad, que no ahorró arma, por baja que fuera, para que el poder no escapara de sus manos y que no le importó sacrificar en el altar del odio a uno de sus más brillantes prospectos, creían que todo se valía, que todo se permitía así fuera no dejando piedra sobre piedra en la casa llamada Colombia que a todos nos alberga.
Juventud de Sogamoso, este no ha sido un canto a la violencia, ha sido el recordar de un hecho trágico, para que aprendamos que por el camino de la brutalidad y el fanatismo, por la vía del asalto a la democracia y al sistema político, dejando correr las ambiciones sin límite de los iluminados que se sienten imprescindibles, nada bueno se consigue y lo único que logran es arrojar a la nación por el despeñadero de los odios que casi siempre terminan llevando a la frustración de quienes se asoman a la vida. Los viejos, aquellos que tenemos más pasado que futuro, tenemos la obligación de abriros los ojos para que no caigáis rendidos ante los cantos de sirena de los mesías que periódicamente aparecen en la política frustrando a generaciones enteras de colombianas y de colombianos que después lloran como cobardes lo que no supieron defender como valientes. Hay que hacer política, la hacemos o nos la hacen, unos dentro del cascarón de los Partidos Políticos y otros, los más peligrosos, quienes se disfrazan de antipolíticos o de cívicos para engañar al electorado, pero de todos modos políticos, porque esos que se mimetizan no tienen control alguno de un aparato político que les ponga un freno, que les pida cuentas, que le haga Veeduría a su gestión. Con otra característica que es preciso mencionar, se lanzan solos porque quieren es tomar para ellos el dinero que el Estado paga por la reposición de votos y así convierten su aventura electoral en el mejor de los negocios y por ello, para hacer política, para honrar la definición que dice que es la “actividad humana tendente a gobernar o dirigir la acción del estado en beneficio de la sociedad” es por lo que los invito a que nos acompañen en las urnas el próximo 27 de septiembre cuando el Liberalismo, de cara al país, con el voto del pueblo, elegirá al candidato presidencial de la colectividad, a los Directorios departamentales y municipales, a los delegados al Congreso de diciembre y a los Veedores departamentales y municipales. Sólo unos Partidos fuertes y serios pueden garantizar la vigencia de la democracia en nuestra nación.
Gustavo Jiménez Jiménez, un hombre valiente, que le hizo honor a su tierra, nos legó como patrimonio de todos, su lucha por la libertad y el mejorestar del pueblo, hoy, aquí, en nombre del Partido Liberal Colombiano, le rendimos emocionado tributo a su memoria.
Por su atención, muchas gracias.

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