domingo, 8 de marzo de 2009

JOSÉ HILARIO LÓPEZ
Primer Presidente Liberal de nuestra historia


Rodrigo Llano Isaza. Discurso pronunciado el 6 de marzo de 2009, en Campoalegre-Huila, con motivo de los 160 años de la elección de José Hilario López Valdés como Presidente de Colombia.

Me siento profundamente honrado con esta oportunidad para dirigirme a los huilenses, a los Liberales de toda Colombia y, en especial, a las gentes de Campoalegre, que viven en el que fue último refugio del primer Presidente Liberal de nuestra historia, el General y ciudadano José Hilario López Valdés, de quien en el día de mañana conmemoramos los 160 años de su elección.
López Valdés, es uno de los más grandes estadistas que hayan gobernado a Colombia. Desde muy niño, apenas con catorce años de edad, empuñó las armas y fue a los campos de Marte para pelear por la libertad de su patria, sirvió a su país dentro y fuera de las fronteras, se opuso a la tiranía de Simón Bolívar, a la de Rafael Urdaneta y después luchó contra la del General draconiano José María Melo; Fue miembro de la Convención de Ocaña; enfrentó las ambiciones desmedidas del general venezolano y Presidente del Ecuador Juan José Flórez y Aramburu y fue parte importante de la única revolución triunfante en Colombia, que encabezó el General Tomás Cipriano de Mosquera en 1860 y que culminó con la toma de Bogotá un año después; hizo parte de la Convención de Ríonegro que dio origen a la carta federal de 1863; Sólo Bolívar, Sucre y José Hilario López, gobernaron territorios en varios de los países bolivarianos, como que López dirigió a Valencia en Venezuela, Cauca y Tolima en la Nueva Granada y Azuay en el Ecuador y los tres llegaron a ocupar la Presidencia de una nación; combatió con intolerancia la intolerancia religiosa de su tiempo expulsando a los jesuitas; promovió y defendió la mayor empresa científica de Colombia de tanta importancia o más que la misma Expedición Botánica que dirigiera el sabio sacerdote y naturalista gaditano don José Celestino Mutis y Bosio, como fue la Comisión Corográfica; abolió la esclavitud, pero sobre todo, con la llamada revolución del medio siglo, con las reformas que impuso en su gobierno, sacó al país del oscurantismo del siglo XVIII y llevó a nuestra patria hasta las luces del siglo XIX, cuando en Europa apenas pasaba la llamada “Primavera de los Pueblos” con la revolución de 1848 que tanta influencia habría de tener en el desarrollo político de nuestra nación y en la creación e impulso de las Sociedades de Artesanos donde se encuentra el origen popular del Partido Liberal Colombiano.
José Hilario López Valdés y Fernández de Córdoba nació en Popayán el 18 de febrero de 1798; hijo de José Casimiro López quien murió en 1813 y de Rafaela Valdés y Campero quien perdió el juicio, dejando a los hermanos en manos de un tutor que abusó de la poca fortuna, lo que llevó a José Hilario a intentar un litigio contra su tutor, sin éxito alguno; Desde muy niño quedó al cuidado de su abuela paterna doña Manuela Hurtado, como lo dice López en su autobiografía “por ser yo el primogénito de su primogénito”; comenzó estudios en la escuela de don Joaquín del Basto y los continuó en el colegio seminario de Popayán, pero fueron interrumpidos por la vorágine de la guerra de independencia. Siguiendo con las Memorias de López Valdés, en la página 14, dice: “Mi educación primaria fue la misma que en aquellos tiempos se daba a los niños: ella consistía en aprender la doctrina cristiana, a leer y a escribir, los principios de aritmética y algunos rudimentos de historia”.
A fines de 1812, con sólo 14 años de edad, López se enroló en las tropas que dirigía José María Cabal; luchó luego bajo las órdenes del francés Manuel Serviez, de quien aprendió disciplina y táctica militar; formó parte de la expedición al sur de Nariño, combatiendo en Calibío y llegando con nuestro Precursor hasta las goteras de Pasto; peleó en la batalla del río Palo y con Tomás Cipriano de Mosquera y Pedro Alcántara Herrán luchó en la Cuchilla del Tambo donde cayó prisionero; llevado a Popayán fue quintado y condenado a muerte, temiendo apenas 18 años de vida, siendo compañero de Alejo Zabaraín, salvado por el azar y enviado como prisionero a Santa Fé, donde compartió celda con Vicente Azuero, luego trasladado, por motivos de salud al hospital de Tocaima que dirigía Francisco Fernández Vinoni, el mismo que entregó la plaza de Puerto Cabello a los españoles y que al ser reconocido por Bolívar en el campo de Boyacá fue ahorcado por orden inmediata del Libertador.
Por casi tres años guerreó López en Venezuela alcanzando el cargo de Jefe civil y militar de Valencia; regresó a la Nueva Granada en 1822 y el 4 de enero de 1823 fue designado como Jefe del Estado Mayor del Cauca, en una medida tendiente a molestar al general Páez, quien contaba con López de regreso en Venezuela; combatió a Agualongo y el 9 de julio de 1827 fue nombrado Comandante General Interino de la provincia de Azuay en el Ecuador y, al año siguiente elegido como representante del Chocó a la gran Convención de Ocaña.

Su lucha contra las dictaduras.

La lucha contra Bolívar.
Fracasada la Convención de Ocaña, Bolívar produjo el decreto orgánico de la dictadura a la que se opusieron en el sur López y el General José María Obando del Campo y produjeron su alzamiento entre el 11 y el 13 de junio de 1828, derrotando a las fuerzas bolivarianas que dirigía Mosquera en la batalla de La Ladera en el mes de noviembre, hasta cuando negociaron con Bolívar personalmente y lograron un generoso indulto. Le había quedado claro al Libertador que estos dos guerreros caucanos se atravesarían en sus intentos por imponer la dictadura.


La lucha contra Urdaneta.
Para alejar a López del escenario caucano y poder consolidar el golpe de Urdaneta del 5 de septiembre, el gobierno designó a López, primero como Embajador en Bolivia y luego como Comandante en Panamá, pero, previendo el desenlace de la nueva dictadura que se abatía contra la Nueva Granada, José Hilario López se quedó en Popayán, se alió nuevamente a Obando, separaron las provincias del sur y las anexaron al Ecuador. Pero no se quedaron quietos y comenzaron su avance hacia el norte, lo que obligó a Rafael Urdaneta a firmar el pacto de Juntas de Apulo el 26 de abril de 1831.

La lucha contra Melo.
Derrocado Obando por el golpe del General Melo, los conservadores y los gólgotas se organizaron para devolverle a la nación la vigencia de sus instituciones; se armaron ejércitos por todo el país y la capital fue atenazada por las tropas del norte que venían al mando de Tomás Cipriano de Mosquera, las que venían del occidente mandadas por Herrán y las del sur que comandaba José Hilario López. Todas aprovecharon la inacción de Melo y se tomaron la capital el 4 de diciembre de 1854. Una vez más, la espada de López se puso al servicio de la democracia y en contra de la dictadura.

El día 15 de agosto de 1829, el Libertador nombró a José Hilario López como nuevo Gobernador de la provincia de Neiva, región a la que López, a partir de allí, se vinculó por el resto de su vida.
López simpatizó con el levantamiento del General José María Córdoba y fue acusado de ser partícipe en el asesinato de Sucre, lo cual fue desvirtuado con el tiempo.
En 1832 falleció la primera esposa de José Hilario López, la señora Rosalía Fajardo Barona, prima suya, matrimonio del que no quedó descendencia y en 1833 contrajo nuevas nupcias, en la población de Campoalegre, con Dorotea Durán Borrero, matrimonio en el que hubo cuatro hijos y abundante descendencia que le ha dado lustre al Huila y a Colombia.
En 1833 Santander hizo a López Gobernador de Bogotá y, al año siguiente, Gobernador de Cartagena, donde debió atender el enojoso caso del Cónsul Barrot defendido por la armada francesa. Màs tarde debió regresar López a esta ciudad para atender el caso del súbdito británico Joseph Russell, defendido en este momento por la armada británica. Los dos casos fueron resueltos por López de la mejor manera y con el menor sacrificio posible de la honra colombiana.
José Ignacio de Márquez nombró como su Secretario de Guerra a José Hilario López y luego lo envió como su Embajador en la Santa Sede, curiosa paradoja, estando de Papa Gregorio XVI: Conoció buena parte de Europa y viajó hasta Turquía para regresar al país a fines del año 40 en plena guerra de los Supremos, siendo elegido como Consejero de Estado en el gobierno de Herrán.
En 1846 fue elegido Vicepresidente del Senado y en 1847 fue a Panamá a prevenir una incursión armada del traidor Juan José Flórez contra la independencia de estas naciones, después de un arreglo que el venezolano había concertado con la Reina María Cristina para reducir nuevamente estos países al dominio de España.

Su candidatura Presidencial en el origen y fundación del Partido Liberal Colombiano.

La corriente política a la cual ya se llamaba Liberal se fue reuniendo para las elecciones de 1849 alrededor de la figura de don José Ezequiel Rojas Ramírez, un boyacense que había acompañado a Santander en la Convención de Ocaña y en su exilio en Europa y era considerado el máximo intérprete granadino de la corriente filosófica del Utilitarismo, pero éste, queriendo salir del país con su familia hacia Europa, declinó la candidatura y, en el periódico El Aviso, del 16 de julio de 1848, escribió un artículo llamado “La Razón de mi Voto”, que es considerado el acta fundacional del Partido Liberal Colombiano y en el que proclamó la candidatura del General José Hilario López. Allí explicó ampliamente las razones por las cuales el nuevo Partido político debía sufragar por el payanés y sentaba las bases filosóficas del Liberalismo, las cuales, al ser leídas de nuevo, conservan mucha de su vigencia histórica.
Rojas escribió:
Tales son y tales han sido siempre los principios y los deseos del Partido Liberal; y como entre los hombres eminentes de ese Partido, el primero que levantó su voz en las Cámaras Legislativas pidiendo su restauración lo fue el General José Hilario López, lógico y justo es el que se le haya tomado por candidato, y esta es una de las razones que han determinado mi voto.

El drama de su elección, “Los Puñales del siete de Marzo”.

Pasados los años y después de muy serias investigaciones, los argumentos de los unos y los otros están perfectamente claros ante la historia. Comenzando por la elección de José Hilario López el 7 de marzo de 1849, cuando eran otros los que verdaderamente estaban armados, Mariano Ospina, entre ellos: “Consta que varios Diputados, como Quijano, Argáez y el mismo Ospina estaban armados para repeler cualquiera agresión y resueltos a vender cara su vida”.[1]
¿Cómo creer en una confabulación liberal para tomarse el poder por la fuerza, cuando al mando del Gobierno y del ejército estaba un conservador feroz, en ese momento, después se le quitó lo de conservador pero persistió en lo feroz, el General Tomás Cipriano de Mosquera; Era el conservatismo el que estaba al mando de la Nación y nadie podrá creer que en caso de haberse presentado alguna anomalía, Mosquera se hubiera quedado tan tranquilo; el conservatismo, con el palo y el mando en su poder, era el garante de la pureza de las elecciones y por lo tanto, cualquier acusación contra el proceso electoral que se estaba viviendo, era una acusación contra el partido gobernante; de esta manera la frase acusatoria de Ospina, sólo perjudicaba a su propia colectividad política y, de ninguna manera, al liberalismo y así lo debía registrar la historia, pero como se la ha querido manipular, quedó como si el acusado fuera la colectividad roja.
Salvador Camacho Roldán, testigo presencial de los hechos, nos cuenta:
Los puñales del 7 de marzo llegaron a ser una frase proverbial; pero ninguna de las personas que se suponían así intimadas llegó a afirmar que hubiese sido amenazada, y antes, al contrario, el señor Mariano Ospina declaró públicamente, en la sesión del Congreso tenida cinco días después, que los que en un momento de conflicto habían rodeado el dosel de la Presidencia del Congreso, eran amigos suyos, movidos por el deseo de protegerlo. Por lo demás, esta aserción es del todo inverosímil en un acto vigilado directamente por el Gobernador y el jefe político.[2]

Luego eran los propios conservadores los que tenían el control de la situación y más adelante, el mismo Camacho, narra:
El señor Lino de Pombo, amigo íntimo y adicto partidario del doctor Cuervo, dijo con su habitual buena fe, que por su parte no había sentido coacción alguna y que había firmado en libertad todos sus votos. El Senador Benítez expresó con candor que su voto era uno de los que en los tres últimos escrutinios había formado la mayoría, no porque hubiese sentido temor alguno, sino porque había comprendido que la opinión pública deseaba con ansia un cambio en los principios del gobierno.[3]

Con lo cual reiteran que no había amenazas por parte de nadie y que todos los que votaron lo hicieron por convicción de que el país estaba harto del Partido político que los dirigía y necesitaba un giro radical en su conducción.
Es suficientemente conocido como para la última votación fueron despejadas las barras del claustro de Santo Domingo donde se llevaban a cabo las votaciones y que el pueblo salió en silencio y fue alejado por las tropas a más de dos cuadras y que cuando se presentó la votación definitiva sólo estaban en el recinto los Congresistas. En consecuencia, la afirmación de Mariano Ospina Rodríguez de “Voto por el doctor José Hilario López, para que no sea asesinado el Congreso”, no pasa de una canallada del dirigente conservador y más bien debió tener la gallardía de, como lo afirma el General Posada Gutiérrez en sus “Memorias histórico-políticas”, que Ospina debió votar: “Voto por el doctor Rufino Cuervo, aunque sea asesinado el Congreso”, pero no, desde allá viene aquel aserto político que afirma: “calumniad, calumniad, que de la calumnia algo queda”. Y de verdad quedó, porque no son pocos los que pasan por la historia de este hecho refiriendo la frase de Ospina como si fuera cierta.
Un tolimense, el destacado hombre público Aníbal Galindo, presente en el Templo de Santodomingo, en sus “Recuerdos Históricos”, consignó: Cerráronse detrás de nosotros las puertas del Templo, y el Congreso quedó solo y en completa libertad para continuar la elección. Y, más adelante: No hubo tales puñales ni nada parecido. Ya no debería caber más dudas.
Sin embargo, el ilustre santandereano y Ministro de Estado don Victoriano de Diego Paredes, escribió en sus Memorias, lo siguiente:[4]
Resultó electo el General López, a contentamiento de casi toda la capital, cuyo entusiasmo era indescriptible, sin que ni antes ni después de la elección se hubiese recibido por nadie el más leve coscorrón, ni se hubiesen visto los puñales a que tanto aludieron nuestros contrarios.
No hubo puñales, pero se acuñó la frase y más de uno, que se considera historiador, pasa por allí sin cuestionar la afirmación.
Una persona tan ponderada y a quien nadie, nunca, ha podido calificar de sectario, como don Miguel Samper, escribió:
Hay fechas que el espíritu de partido se obstina en hacer omisiones. La historia imparcial juzgará de la pretendida “coacción de los puñales”, ejercida por algunos centenares de exaltados, en presencia de la autoridad “que tenía a sus órdenes” una guarnición veterana, que no habría dejado con vida a ninguno de los presuntos asesinos si el crimen imputado se hubiera consumado.[5].

Esta calumnia, enquistada en la historia, debe quedar definitivamente despejada en la mente de todos los colombianos.

Los logros más importantes de la Administración López Valdés.

1) Las reformas que constituyeron la “Revolución del Medio Siglo”: Con la revolución del medio siglo se desmontaron las instituciones coloniales y comenzó en firme la vida independiente de nuestra nación, vinculando a Colombia a la división internacional del trabajo, dando paso a dos generaciones de empresarios en ascenso: los comerciantes y los exportadores.
a) Medidas económicas:
Abolida la prisión por deudas; se establece la expropiación por utilidad pública, previa indemnización a los propietarios; Murillo Toro, en el Congreso de 1850, propuso que el cultivo fuera la base de la propiedad de la tierra; se limitó la tasa legal de los intereses; comenzó la construcción del ferrocarril de Panamá; Se creó la Comisión Corográfica encomendada al Coronel italiano Agustín Codazzi; abolidos los resguardos indígenas y sometidas sus tierras a la libre oferta y demanda del mercado lo que pauperizó a los indígenas; se eliminaron la alcabala, los diezmos y los censos; se acabaron los estancos de tabaco[6] y aguardiente; se eliminaron los impuestos de quintos, de hipoteca y de registro
b) Medidas políticas:
Abolida la pena de muerte (en 1849 para delitos políticos y en 1863 para delitos comunes, lo que mereció el elogio de Víctor Hugo) y también la condena infamante o de vergüenza pública que afectaba a las familias de los reos y que los hacía, frente al sistema judicial, en cuasicómplices, porque la condena les llegaba por extensión; se consagró la libertad de pensamiento, la libertad de imprenta, libertad de enseñanza, libertad para ejercer una profesión (1851); se estableció el juicio por jurados populares; se definió la elección popular de Gobernadores y la supresión del ejército permanente (1853).
2) La abolición de la esclavitud: se dio libertad a los esclavos (ley del 21 de mayo de 1850)[7], pagándole a los dueños su valor de un fondo público de manumisión y, en su artículo 15, le pidió al Gobierno del Perú, la libertad de los esclavos que habían sido vendidos por los esclavistas caucanos, especialmente al aristócrata negrero Julio Arboleda, para evitar la liberación obligatoria, que tampoco fue gratis;
3) La Comisión Corográfica: la “Comisión Corográfica” que encabezó el Coronel Agustín Codazzi[8], inició labores el 3 de enero de 1850 y se prolongó aún después de la muerte del italiano Codazzi el 7 de febrero de 1859; esta “Comisión” se considera la segunda gran empresa científica desarrollada en Colombia después de la “Expedición Botánica”; sus primeros ayudantes fueron Manuel Ancízar (cronista), José Jerónimo Triana (médico, químico y botánico), Santiago Pérez (después Presidente de la Nueva Granada, fue el relator de la Comisión) y los dibujantes Carmelo Fernández, Enrique Price y Manuel María Paz, entre otros; hicieron nueve grandes viajes hasta cuando apareció el gobierno de Mariano Ospina que no alcanzaba a comprender su importancia; ellos fueron los que sentaron las bases científicas de esta nación.
4) La expulsión de los Jesuitas: No fue la primera ni tampoco la última expulsión de los jesuitas de nuestro suelo y menos del único país del cual debieron salir por orden perentoria de las autoridades. A los Jesuitas los expulsaron de 70 países. El primero que los sacó de la Nueva Granada fue el Rey Carlos III con la pragmática sanción del 27 de febrero de 1767, expresada en la ley 38, título 3, libro 1, de la recopilación castellana, que corresponde a la ley 3, título 26, libro 1, de la novísima recopilación; los trajo de nuevo el General Domingo Caicedo, quien hacía un reemplazo de Pedro Alcántara Herrán en 1844 y debió expulsarlos José Hilario López el 18 de mayo de 1850 ante la petición de las sociedades democráticas cuyas firmas encabezaban cuatro curas draconianos: Juan Nepomuceno Azuero Plata, Félix Girón, José Pascual Afanador y Manuel María Aláix y, amparado el ejecutivo por una explicación, bastante traída de los cabellos, por cierto, que se inventó el después Presidente de la Nación Francisco Javier Zaldúa y dando por excusa que todavía estaba vigente la Pragmática sanción de Carlos III.
5) La guerra de 1851: En su gobierno López debió enfrentar el alzamiento conservador que promovían el presidente Novoa del Ecuador, los sacerdotes católicos molestos con las reformas del gobierno del 7 de marzo, el negrero caucano Julio Arboleda afectado económicamente por la abolición de la esclavitud y las Sociedades Populares que rechazaban a sus pares de las Sociedades Democráticas. Guerra que fue sellada en la primera batalla de Garrapata, hacienda de La Esperanza, municipio de Mariquita y ganada por el gobierno a una oposición que se refugiaba en las creencias religiosas de sus fieles para moverlos al combate y la insurrección armada contra las instituciones legítimas; son muchos los historiadores que consideran que ésta fue la primera de las dos guerras religiosas que padeció el país, la otra fue la de 1876.
Finalizando su gobierno, López inició una correría que lo llevaría a Neiva, Popayán, Cali y Antioquia, constituyéndose en la primera gira presidencial en momentos en que las vías de comunicación eran pésimas y los viajes tenían como único vehículo el caballo.

La revolución de 1860.

Tomás Cipriano de Mosquera, Gobernador del Estado soberano del Cauca, se pronunció el 8 de mayo de 1860 contra el gobierno de Mariano Ospina Rodríguez y comenzó una guerra civil que sólo habría de concluir dos años después, en la única revolución triunfante que ha visto la historia colombiana; José Hilario López, a finales de 1860 adhirió a Mosquera, quien en el transcurso de la guerra firmó una esponsión en Manizales y otra en Chaguaní para ganarle tiempo a sus contrarios y que lo llevó al triunfo cuando Ospina ya había entregado el poder al Procurador General de la Nación don Bartolomé Calvo.

La Convención de Ríonegro y la Carta constitucional del 63.

López Valdés fue elegido para ser convencionista de Ríonegro por el Estado del Tolima y, al llegar a la población antioqueña, sólo él y Tomás Cipriano de Mosquera habían ocupado la primera Magistratura de la nación y eran, por lo tanto, las personas más importantes del evento. López marcó, rápidamente, distancias con Mosquera, se alió con el ala civilista de los convencionistas y, al nombrar un ejecutivo plural para que gobernara al país, fue encargado de la Secretaría de Relaciones Exteriores, manteniendo durante los tres meses que duró la Convención de Ríonegro y hasta la expedición de la Carta federal de 1863, una activa participación en todos los temas. No olvidemos que en dicha Convención, otro de los más destacados integrantes fue otro hijo de esta región el ciudadano y presidente don José María Rojas Garrido, sobre quien no se ha escrito la biografía que merece.
La Carta de Ríonegro fue la guía de Colombia en sus 23 años siguientes y marcó una época de progreso sólo oscurecida por las dos guerras civiles de 1876 y 1885 y, otro aporte importante fue que, desde allí, el Estado Colombiano se ha definido como un Estado laico respetuoso de las ideas y creencias de todos los ciudadanos.
Fruto de esta carta constitucional fue la organización de los Estados Soberanos, entre ellos el del Tolima, para el cual José Hilario López fue escogido como presidente, posesionándose en Neiva el 27 de agosto de 1863.
Como sería la dimensión de López Valdés en la Convención de Ríonegro que uno de los dos únicos decretos de honores que allí se tramitaron fue el que “honra la vida pública del General José Hilario López”, como nos lo cuenta con lujo de detalles el Convencionista y luego Presidente de la República don Aquileo Parra Gómez en sus “Memorias”, donde nos narra cómo quien presentó la proposición para que ella se aprobara en segundo debate, donde incluyó una extensa narración de la vida y los logros del homenajeado, fue el expresidente Tomás Cipriano de Mosquera.
En 1865, López aceptó una candidatura presidencial que no tuvo éxito, pero siguió participando en la vida política colombiana, haciendo parte de los golpistas contra Mosquera que había cerrado el Congreso en 1867 y la persona que le prestó seguridad y lo llevó al exilio, para, a su regreso asumir la comandancia del ejército en el gobierno del General Santos Acosta; dando muestras, una vez más, de su rechazo a las dictaduras, como lo había hecho en repetidas oportunidades a lo largo de su vida; pero pronto, por un enfrentamiento con el Presidente Acosta, dejó su cargo y regresó al refugio de su hacienda de Laboyos.


Su muerte.

Afectada su salud, dejó a Pitalito y se encaminó a Neiva donde falleció el 27 de noviembre de 1869, para comenzar la desigual lucha de un cadáver contra los curas de las parroquias del sur del país. El Vicario de Neiva le negó la sepultura y las ceremonias religiosas y sus deudos debieron dirigirse al día siguiente a Campoalegre, donde el párroco Ildefonso Díaz permitió que se le enterrara en el cementerio católico, pero un traslado de dicho campo santo borró las huellas del lugar exacto donde quedó el ilustre cadáver.
Como dice Camilo Gutiérrez Jaramillo en su libro “López José Hilario, un hombre de su siglo”: “José Hilario López luchó toda su vida para arrancar la Nueva Granada de su pasado colonial, ignorante y medieval y, ese pasado oscurantista, lo terminó persiguiendo en su último reposo”.
Vista así, a vuelapluma, la vida de José Hilario López fue apasionante. Dejó su impronta en todos los hechos de las primeras seis décadas de la República, mostrándose en ellos como el más integérrimo Liberal, como un prohombre de nuestra nacionalidad y como un ejemplo para sus conciudadanos, quedándonos a todos el desafío de encontrar sus restos y con ellos, levantar, aquí en Campoalegre, un nuevo altar a la democracia y al espíritu civilista que nos enseñó y que debería ser una obligación para nuestros mandatarios.

Muchas Gracias.

[1] Gustavo Arboleda, Historia Contemporánea de Colombia, tomo II, Cali, 1933.
[2] Camacho Roldán, Memorias. Medellín. Editorial Bedout. p. 44.
[3] Camacho Roldán, Op Cit, p. 46.
[4] Victoriano de Diego Paredes, “Memorias dictadas por él a su hija Francisca Paredes Serrano”, Bogotá, 1 de abril de 1885, en carta al señor Francisco Borda, Boletín de Historia y Antigüedades, volumen 68, página 103.
[5] Miguel Samper, Selección de escritos, Ministerio de Educación Nacional, Bogotá, 1933, p. 201.
[6] El fin del monopolio del tabaco sólo favoreció a los grandes capitalistas, como lo dijo el periódico La Tribuna Popular, número 2 del 14 de marzo de 1852: “Hace dos años que la Nación creyendo hacer un positivo bien al país, destruyó el monopolio del tabaco (…) hoy, por ejemplo, en casi todos los lugares en que la Nación tenía establecidas factorías, hay un capitalista que tiene monopolizado el género; y no se crea que los que lo cultivan tengan actualmente tanta utilidad como la que tenían cuando hacían la venta al Gobierno. Por el contrario, están haciendo pérdidas de consideración en beneficio de esos pocos capitalistas”.
[7] La esclavitud fue abolida en Chile (1823), Inglaterra (1833), México (1837), Colombia (1850), Ecuador (1852), Perú (1854), Venezuela (1854), Estados Unidos (1863), Holanda (1876), Portugal (1878), España (1886) y en Brasil (1888).
[8] Codazzi nació el 13 de julio de 1793 en Lugo – Italia, capital de la baja Romaña; prestó servicio bajo el mando de Napoleón Bonaparte; llegó a América y sirvió a las órdenes del Comodoro Luis Aury; regresó a Italia y viajó a Venezuela como geógrafo, donde fue contratado por Tomás Cipriano de Mosquera para que viniera a la Nueva Granada a levantar los primeros mapas de la naciente República.

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